La idea de que un niño bien alimentado es aquel que termina todo lo que se le sirve en el plato ha calado hondo en generaciones de familias. Sin embargo, no se trata de cuánto comen los chicos, sino de qué comen. Una dieta repetitiva, pobre en nutrientes o dominada por ultraprocesados puede frenar no solo su desarrollo físico, sino también el de su órgano más complejo: el cerebro.

El cerebro en construcción
Durante los primeros años de vida, la infancia y la adolescencia, el cerebro atraviesa un proceso tan intenso como silencioso. Crece rápido, genera millones de conexiones y sostiene funciones vitales como la memoria, el lenguaje y la toma de decisiones. En la adolescencia, además, se reorganiza: algunas conexiones se fortalecen, otras se descartan, como si se hiciera una poda fina para funcionar mejor. Al mismo tiempo, la demanda cognitiva y emocional se dispara. Es en estas etapas cuando el cerebro consume más energía que en cualquier otro momento de la vida, y necesita el mejor combustible: nutrientes de calidad.
La dieta que potencia la mente
Las expertas Sofía Garay (endocrinóloga) y Lucía Calogero (health coach en nutrición), lo explican sin rodeos: lo que se come impacta directamente en cómo piensa, siente y aprende un niño. Cada alimento se desarma en moléculas que viajan por la sangre y solo algunas atraviesan la barrera que protege al cerebro. Una vez allí, cumplen misiones específicas: producir energía, construir y reparar neuronas, fabricar neurotransmisores y mantener a salvo las estructuras del sistema nervioso.
- Pescados azules (como salmón, trucha o sardina) son ricos en omega 3, fundamentales para el aprendizaje, la memoria y la regulación de la conducta.
- Huevos, sobre todo la yema, concentran colina y vitaminas del grupo B, claves para la memoria y la reparación celular.
- Frutos secos y semillas aportan grasas saludables, zinc y magnesio, nutrientes que favorecen la concentración, el buen ánimo y el descanso.
- Frutas y verduras especialmente los frutos rojos, la palta, el brócoli o las hojas verdes ofrecen antioxidantes, hierro, ácido fólico y vitaminas que protegen las neuronas y estimulan la creación de nuevas conexiones.
- Lácteos, como leche, yogur y queso, aseguran calcio de alta absorción, esencial para la transmisión de impulsos nerviosos y la regulación del sistema nervioso.
- Cacao y chocolate negro, en versiones más puras y menos azucaradas, mejoran el flujo sanguíneo cerebral y favorecen la concentración.
Incluso algunas hierbas y especias como la cúrcuma, la pimienta negra y el romero, pueden transformarse en aliados cotidianos: la primera mejora la atención, y la segunda, bautizada como “la hierba de la memoria”, estimula la circulación cerebral.
El enemigo silencioso: los ultraprocesados
Así como hay alimentos que nutren el cerebro, otros lo dañan. Los ultraprocesados no solo desplazan comidas nutritivas, sino que también generan inflamación en áreas críticas como el lóbulo frontal, afectando la planificación, la atención y la toma de decisiones. A la larga, también aumentan los riesgos cardiovasculares que repercuten directamente en la salud neurológica.
Nutrir el futuro
Cuidar lo que comen los niños no es una cuestión estética ni de moda; es una inversión en su capacidad de pensar, aprender y decidir. Un plato equilibrado no solo llena el estómago: también moldea la mente. En un mundo hiperconectado y lleno de distracciones, la alimentación se convierte en una herramienta poderosa para garantizar que los cerebros jóvenes crezcan con claridad, energía y equilibrio.
Porque, al final, cada bocado cuenta. Y cada nutriente que llega al cerebro construye un futuro más brillante para quienes están en la etapa más importante de su desarrollo: la infancia.
Este artículo fue publicado originalmente en Infobae y está protegido por derechos de autor. Todos los derechos reservados a Infobae. Puedes consultar el artículo original en su (https://www.infoabe.com).