Cada generación carga con sus propios códigos, referencias culturales y maneras de comunicarse. Los Baby Boomers crecieron con la televisión como ventana al mundo, la Generación X se moldeó entre la música, el trabajo estable y los primeros ordenadores, y hoy, la Generación Z, jóvenes entre 12 y 27 años, se define en un universo dominado por la conectividad permanente y la tecnología como protagonista.

Un simple emoji, un pulgar arriba o una carita sonriente puede transmitir más que un discurso. Para esta generación, la intimidad y los vínculos se construyen en pantallas, entre mensajes instantáneos, emojis y, cada vez más, interacciones con inteligencia artificial. El celular ya no es un accesorio: es un actor central en la vida social, capaz de generar nuevos hábitos como el phubbing, ignorar a alguien por mirar el móvily también nuevas dependencias.
La ciencia no ha sido ajena a este fenómeno. Estudios en Nature Human Behaviour recuerdan que, más allá de los cambios tecnológicos, las relaciones humanas siguen moviéndose alrededor de ejes universales como el cuidado, el juego o la cooperación, aunque adoptan nuevas formas: del correo a los mensajes de WhatsApp, de la charla cara a cara a las videollamadas. Sin embargo, la digitalización también trae consecuencias inesperadas. Investigaciones recientes muestran que los más jóvenes sienten ansiedad frente a las llamadas telefónicas y prefieren escribir, pues valoran la posibilidad de controlar el tiempo de respuesta y editar lo que dicen antes de enviarlo.
En este ecosistema, los emojis se han convertido en un lenguaje emocional propio. Según estudios publicados en PLOS ONE, no solo hacen los mensajes más satisfactorios, sino que incluso reducen la ambigüedad en contextos negativos y refuerzan la sensación de cercanía. Lejos de ser “dibujitos”, son herramientas que compensan la ausencia de gestos, tono de voz o contacto físico en la comunicación digital.
Pero no todo es conexión. El uso intensivo de los smartphones también impacta en la calidad de los vínculos. Investigaciones realizadas en Bélgica y publicadas en Current Psychology encontraron que el “phubbing” dentro de la pareja genera conflictos y reduce la satisfacción relacional, aunque el efecto depende de cómo cada vínculo negocia sus tiempos de atención mutua. El móvil puede ser un aliado o un intruso, y el límite lo marcan los acuerdos compartidos.
La irrupción de la inteligencia artificial agrega un capítulo nuevo. Para la Generación Z, los chatbots y asistentes virtuales no son solo herramientas: pueden convertirse en compañía y fuente de apoyo emocional. Sin embargo, estudios recientes advierten que, aunque las respuestas de la IA simulen empatía, carecen de autenticidad, lo que podría generar dependencia emocional en ciertos perfiles. Los investigadores ya trabajan en medir cómo se desarrollan estas formas de “apego digital” para prevenir riesgos futuros.
En definitiva, la tecnología no borra la esencia de los vínculos humanos, pero sí redefine sus escenarios. La Generación Z habita un mundo donde los lazos se tejen entre mensajes, emojis, notificaciones y algoritmos, y donde la intimidad convive con la inmediatez y el riesgo de aislamiento. La ciencia coincide: las bases de las relaciones son estables, pero su expresión cambia al ritmo de la innovación.
El reto, quizá, no está en renunciar a la tecnología, sino en aprender a usarla sin perder lo más humano de la comunicación: la autenticidad, la presencia y la capacidad de mirar al otro más allá de la pantalla.
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