El avance de la inteligencia artificial (IA) ha transformado radicalmente la forma en que realizamos tareas cotidianas: desde redactar textos hasta resolver problemas complejos en cuestión de segundos. Sin embargo, expertos advierten que esta revolución tecnológica podría estar debilitando habilidades cognitivas esenciales y empobreciendo nuestra relación con el lenguaje, poniendo en juego la capacidad de pensar críticamente y expresarse de manera creativa.

Antonio Cerella, profesor de Estudios Sociales y Políticos en la Universidad de Nottingham Trent, señala que la facilidad de la IA para generar soluciones rápidas plantea un dilema: ¿qué sucede con nuestra mente cuando dejamos de ejercitarla de manera constante? Estudios recientes en psicología y neurociencia muestran que la dependencia excesiva de herramientas automatizadas puede atrofiar competencias como el pensamiento crítico, la creatividad lingüística y la capacidad de abstracción.
La historia de la tecnología ofrece antecedentes claros. La dependencia del GPS, por ejemplo, ha reducido nuestra capacidad para crear mapas mentales. Antes de los sistemas de navegación, los taxistas de Londres memorizaron cientos de calles, un esfuerzo que incluso provocaba cambios en el hipocampo, la región cerebral vinculada a la memoria espacial. Así, cuando la tecnología reemplaza la experiencia directa, el cerebro deja de ejercitar habilidades fundamentales.
El lenguaje, núcleo del pensamiento humano, también corre riesgo. Investigaciones de Lev Vygotski sobre afasia demostraron que la incapacidad para vincular palabras y objetos afecta la creatividad y la comprensión profunda. Cerella plantea que la dependencia de la IA podría generar efectos similares: el lenguaje impuesto por algoritmos podría debilitar la conexión entre pensamiento y expresión, limitando nuestra capacidad de razonar y comunicar con originalidad.
En la educación, este fenómeno se observa con claridad. La IA generativa permite a los estudiantes redactar ensayos, resumir libros y resolver ejercicios en segundos, mejorando la forma pero reduciendo la profundidad. Profesores señalan que, aunque los textos producidos con IA son impecables desde el punto de vista gramatical, a menudo evidencian comprensión superficial. Cerella lo describe como “la erosión silenciosa del pensamiento como actividad creativa”.
La ciencia respalda estas preocupaciones. Una revisión sistemática reciente concluyó que la dependencia excesiva de la IA fomenta la preferencia por soluciones rápidas, en detrimento de procesos mentales reflexivos y analíticos. Estudios con estudiantes universitarios en Pakistán y China mostraron que el uso constante de la IA impacta negativamente en la toma de decisiones y promueve la pereza intelectual. Según los autores, “la IA realiza tareas repetitivas de manera automática y no permite a los humanos memorizar ni emplear sus habilidades cognitivas plenamente”.
Incluso la riqueza conceptual del lenguaje puede verse afectada. El neurolingüista Michel Paradis advierte que la falta de estimulación prolongada conduce a la atrofia lingüística, un fenómeno observable en quienes pierden competencia en su lengua materna tras trasladarse a otro país. Cerella subraya que la capacidad de abstracción, la memoria, la planificación y la esperanza dependen de una relación activa con el lenguaje, una relación que se ve amenazada cuando las palabras y estructuras nos son impuestas por sistemas automatizados.
El resultado es un entorno dominado por la inmediatez, donde la velocidad prevalece sobre la reflexión, y la emoción sobre la comprensión profunda. La IA ofrece eficiencia y acceso rápido al conocimiento, pero también plantea un desafío crucial: mantener viva nuestra capacidad de pensar, reflexionar y expresarnos con autenticidad.
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