Mientras millones de personas reciben el Año Nuevo entre luces, fuegos artificiales y celebraciones ruidosas, otros optan por la calma y la introspección. Pasar esta fecha en soledad, lejos de ser un signo de tristeza, puede ser una decisión consciente y significativa, destacan especialistas.

Según Mirta Goldstein, presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, las fiestas de fin de año combinan emociones contrapuestas: alegría por lo que comienza y tristeza por lo que termina. Para quienes transitan estos días en soledad, estas emociones pueden sentirse con mayor intensidad, ya sea por elección propia o por circunstancias de la vida, como la distancia familiar o la pérdida de vínculos afectivos.

La psicoanalista Alicia Killner distingue entre la soledad elegida y la impuesta. Mientras algunos buscan aislarse para evitar la presión social de la “felicidad obligada” y los excesos de consumo, otros experimentan la soledad como consecuencia de limitaciones externas. “No hay una única manera de vivir estas fechas. Cada persona puede encontrar su propio modo de enfrentar la angustia o celebrar a su manera”, explica Killner, citando incluso un poema de Jorge Luis Borges sobre el fin de año como metáfora de la temporalidad y el ritual vacío.

El profesor emérito Juan Eduardo Tesone refuerza esta perspectiva: el impacto emocional de pasar Año Nuevo solo depende de la motivación y del contexto. Para algunos, la soledad es un espacio de recogimiento, paz y reflexión; para otros, puede ser una experiencia de carencia afectiva. La clave, coinciden los expertos, está en que la elección sea auténtica y no impuesta por presiones sociales.

En definitiva, la psicología resalta que no existe un mandato universal sobre cómo vivir el fin de año. La verdadera celebración radica menos en el ruido externo y más en respetar los propios ritmos, emociones y decisiones, ya sea en compañía de otros o en la serenidad de la soledad elegida.

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